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A mi Rayo de Luna

Por Dave Santleman

Sábado, 11 de Agosto de 2012

 

Sí, hoy toca ponerse ñoño. Así que si eres de esas personas que no soporta la cursilería ni aunque sea esporádicamente, todavía estás a tiempo de cerrar esta página.
A todos nos gusta sentirnos amados, es una realidad. Y queramos reconocerlo o no, todos buscamos a nuestra “media naranja”, como la denominan algunos. Esa persona que se supone que está en este mundo para nosotros, del mismo modo en el que nosotros lo estamos para él o ella; esa persona que no necesite oír tus palabras para saber cómo te sientes; esa persona cuya mano sea la única que te haga falta agarrar cuando estés pasando por un mal momento. Pues bien, yo tuve la suerte de encontrar a la mía hace poco menos de cuatro años. Y no, no me acuesto con ella.


Y es que, sinceramente, creo que ahí reside la raíz del problema para la gran mayoría de las personas que aún no lo han hecho: creer que tu pareja, a nivel sentimental, ha de ser ésa media naranja. Estáis totalmente equivocados.

Para algunos es cierto que sí que termina siendo así, pero otros encuentran a esa alma gemela en la figura de una madre, de un hermano o de un amigo. Y encontrarla ya es tener suerte de por sí, está claro, pero me atrevería a decir que los que nos hallamos dentro de ése último grupo somos incluso más afortunados que los del primero. Y es que si resulta que tu media naranja y tu novio/a son la misma persona, hay un factor determinante de por medio que puede hacer peligrar la estabilidad de dicho vínculo especial: el sexual. Efectivamente, una vez que el elemento “pasión y sexo” se ve agotado (porque, en la mayoría de los casos, siempre termina por verse agotado. Más tarde, o más temprano), nos arriesgamos a que se lleve consigo esa unión extraordinaria que se supone que tienen las medias naranjas.


Y sí, sé lo que me vais a decir: si de verdad están hechos para que uno sea el alma gemela del otro, deberían de estar por encima de todo eso y no permitir que porque su relación como pareja haya llegado a su fin también lo hagan el resto de factores que los hacen sentirse tan especiales cuando están juntos. Y es cierto, tenéis toda la razón. De hecho, son muchos los que encuentran a su otra mitad en su pareja y, mucho después de haber cortado la relación, siguen siendo amigos y manteniendo ese vínculo tan estrecho. Pero no me negaréis que hay muchas más probabilidades de que ése vínculo se vea afectado, aunque sea mínimamente, en una relación de esas características que en la que podamos mantener con nuestra madre, un primo o tu mejor amigo.
Pues bien, aclarado eso, hay otro tópico con respecto a las medias naranjas que también me gustaría esclarecer: en la relación de dos medias naranjas no todo ha de ser perfecto. Sí, se supone que si es una relación más especial que el resto de las que mantengáis con otras personas no deben de surgir los inconvenientes que surgen con éstas otras; pero eso no significa que no tengan que surgir inconvenientes, en el término general de la palabra. No obstante, sí que es importante hacer una cosa que con el resto de las relaciones no hay por qué: recordarle a esa persona lo importante que es para ti.
No importa lo mucho que os hayáis gritado, la gran cantidad de barbaridades que os hayáis dicho y lo sinceros que hayáis sido el uno con el otro; después, y aunque en ese momento os cueste porque estéis indignados, haced un esfuerzo y recordáos lo especiales que sois el uno para el otro. Y sobre todo que, a pesar de los pesares, eso siempre va a seguir siendo así. Que no importa lo que diga o haga ese alguien: nada nunca cambiará tus sentimientos hacia él.

Y es que yo no es que sepa mucho de relaciones; es más, me considero todo un fracasado en ellas, pero si hay algo que he aprendido a raíz de mi limitada experiencia es que hay que decir esas cosas mientras se tiene la oportunidad de hacerlo. Porque llega un momento en el que, simplemente, las oportunidades se han acabado. Y creedme cuando os digo que ese momento puede llegar mucho antes de lo que os imagináis.
Los seres vivos tenemos ese gran defecto (entre otros muchos, por supuesto), y es que estamos constantemente expuestos a la muerte. Hoy estás aquí, pero quién sabe dónde estarás mañana. Puedes pasar de estar vivo a estar muerto en décimas de segundo, y aunque mucho después de muertos las personas que realmente fueron especiales para nosotros seguirán sabiendo cómo de intensamente las queríamos, nunca está de más recordárselo día a día. Y si no es día a día, que sea tal y como he dicho anteriormente: cada vez que tengamos la oportunidad.


Por eso, y después de todas esas palabras que iban para vosotros, lectores, me vais a permitir que le dedique unas a mi media naranja: te quiero, Rayo de Luna. O de Sol. O de lo que fuese, ya no lo recuerdo. Sé que no soy perfecto, y tampoco lo pretendo; sé que hay cosas de mí que no te gustan y que cambiarías de poderlo hacer, y créeme que sé cómo te esfuerzas día a día por pasarlas por alto y quererme mucho más de lo que merezco ser querido.
Sé que, a pesar de todo ello, a veces soy duro contigo. Sé que las palabras que te he dicho hoy te han hecho daño, pero espero que entiendas que el hecho de haber sentido la necesidad de decírtelas ha sido para mí el doble de doloroso que para ti el oírlas. Y también espero que entiendas que si a veces me comporto de esta forma contigo es porque lo eres todo para mí, porque espero (y necesito) mucho más de ti que de cualquier otra persona y porque un desprecio de tu parte me duele cien veces más que nada en esta vida, aunque sea inconscientemente.

Dicho ésto, también te digo que soy consciente de lo egoísta que soy en ese sentido, y que es esa una de las razones por las que no estoy en condiciones de exigirte nada: porque no merezco el privilegiado puesto en el que me tienes. Pero he intentado compensarlo desde el momento en el que te conocí, esforzándome cada vez más e intentando que ese esfuerzo sea latente para, día a día, merecerlo aunque sea un poquito más.


Hicimos un pacto carente de palabras en la Navidad de hace cuatro años. Un pacto en el que acordamos que, sin importar cuáles fueran las condiciones, siempre estaríamos ahí el uno para el otro. Pues bien, a pesar de todo lo que pueda acontecer, ese pacto sigue tan vigente para mí como lo estuvo el día de su creación. Y es que, como le diría Grace a Will (o, en este caso, Karl a Marilyn), mi amor por ti es como una cicatriz: feo, pero permanente.
Mierda, me he quedado sin pañuelos.

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