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Que no falten las celebraciones

Por Dave Santleman

Lunes, 3 de Septiembre de 2012

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Antes de nada, quería pediros disculpas por la poca actividad que ha tenido el blog últimamente. He estado increíblemente liado con papeleo, la firma del contrato y esa temida mudanza de la que creo haberos hablado anteriormente, pero me alegra anunciaros que por fin puedo decirlo en voz alta: escribo esta entrada desde mi recién estrenado pisito, en el Paseo del Prado. Y qué queréis que os diga, estoy más que encantado.
Tanto es así que voy a organizar una comida con las personas más allegadas que tengo aquí en Madrid y algunos conocidos para celebrar que la tortura se ha acabado, que la tranquilidad ha vuelto y, por qué no, que puedo alardear de vivienda. Y es que admitámoslo, señores: nos encanta tener algo que celebrar.
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Hoy en día, la gran cantidad de celebraciones que tenemos y a las que estamos obligados a asistir e incluso, en ocasiones, organizar es abrumadora; porque si hay algo que es el ser humano es exagerado y espléndido, o de lo contrario haced memoria y recordad los motivos de las últimas fiestas a las que hayáis acudido. Seguro que algunos son realmente ridículos, y es que cualquier excusa es buena: el nacimiento de alguien. Esa es una celebración razonable, ¿no? De toda la vida; un ascenso laboral, y es aquí donde ya empezamos a derrapar un poco, por ejemplo; o, por qué no, un divorcio.
Pero vamos a ver, ¿un divorcio? El hecho de que hayamos llegado a un punto en el que hasta el desvanecimiento de un amor nos resulte algo digno de celebrar sólo demuestra una cosa: puede que sea la comida, la música o la compañía lo que nos fascina de ellas, pero las fiestas de celebración tienen un algo especial que gusta a casi todo el mundo. Disfrutamos con ellas como un niño con un caramelo, y sobre todo si somos nosotros quienes las organizamos, por supuesto. Básicamente porque es una oportunidad más para demostrarle a tus invitados lo fabulosa que es tu vida, lo feliz que eres y la suerte que tienes. Y aquí es donde rompo el silencio: no os dejéis engañar, por favor. Nada está más lejos de la realidad.

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Detrás de toda gran celebración, ha habido e incluso puede que siga habiendo una gran miseria. En mi caso, sin ir más lejos: tengo la suerte de poder presumir de haber encontrado un piso asequible y decente en una de las mejores zonas de Madrid, es cierto; pero, ¿sabéis todo lo que he tenido que pasar primero? El infierno estaba más fresquito que las calles de Madrid muchas de las tardes que tuve que pasearme de un lado a otro de la ciudad viendo pisos, a cada cual más deprimente. Y cuando por fin lo encontré, tuve que pasarme días leyéndome decretos y renegociando las cláusulas de un contrato cogido con pinzas, además de discutir tanto con el casero como con mis nuevos compañeros sobre aspectos como la entrega de la fianza o el día de la firma.
Pero, obviamente, todo eso se me olvidó cuando por fin conseguí aquello que anhelaba, y lo único en lo que pude pensar a partir de ese momento fue en cómo iba a demostrarle al mundo (o a mi mundo, al menos) el éxito que había tenido.
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Y no seáis prejuiciosos conmigo ni me acuséis de tener afán de protagonismo, porque como yo, todo el mundo. ¿O acaso creéis que es oro todo lo que reluce en esa feliz pareja que os invita a un cóctel de pedida? Probablemente hayan discutido la noche anterior porque a él le entró el pánico de última hora o ella estaba demasiado susceptible por los nervios; pero ahí están, impecablemente vestidos y sonrientes, recibiendo a los invitados y esperando ver en la expresión de sus caras cómo se alegran de su aparente felicidad. Y como yo les entiendo perfectamente, no me cuesta lo más mínimo alegrarme por ellos; o fingir con credulidad que lo hago, al menos. Porque sé lo que es sentir la necesidad de compartir con otros tu buena fortuna, esperando que te feliciten y te envidien por algo que, muy en el fondo, sabes que no es ni la mitad de maravilloso a como se los estás vendiendo, así como sé que el saber que otros sí que lo crean te puede llegar a aliviar, consolar e incluso convencerte a ti mismo de que sí que es así de magnífico. Sé lo que es y cómo se siente, y seguro que vosotros también.​


Así que en serio, hacedme un favor y dejad de ser tan egoístas. Si tienes que ir a una fiesta en la que estar viendo al anfitrión regocijarse y poner tu mejor sonrisa, jódete y hazlo. Quién sabe, puede que algún día te sorprendas a ti mismo en la posición de esa persona, y si no has sido capaz de ser mínimamente cortés y protocolariamente hipócrita con los demás, no esperes que nadie lo sea contigo.

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