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Los estamentos del siglo XXI

Por Dave Santleman

Viernes, 3 de Agosto de 2012

 

A veces, pienso que me hubiese gustado nacer en otra época. Sí, luego me paro a reflexionar sobre ello realmente y me doy cuenta de que, en el fondo, no es así. No sé yo si hubiese soportado ser hombre, con todo lo que ésto acarreaba, en el siglo XVIII, por ejemplo. No obstante, no puedo evitar seguir dándole vueltas al tema y darme cuenta de que, efectivamente, éste momento histórico que nos está tocando vivir tiene infinidad de avances y ventajas con respecto a otros anteriores, pero también está perdiendo muchísimas cosas en detrimento de las mismas. Y ya no hablo sólo de la cada vez más evidente pérdida de principios y valores, entre otras cosas, sino de esa consciencia y obsesión por la igualdad entre individuos que ha surgido en los últimos siglos cuando NO somos todos iguales.

No me malinterpretéis, yo estoy completamente a favor de que a las personas se las trate, primero y ante todo, como a personas; independientemente de su género, color de piel, creencia religiosa, tendencia sexual o estrato social. Es más, soy el primero al que encontraréis encabezando manifestaciones en lucha de los derechos de la mujer o la integración y el respeto a los inmigrantes de nuestro país, por poner unos ejemplos. Y sí, es cierto que hay aspectos, fundamentalmente en lo que a derechos y responsabilidades como personas y ciudadanos se refiere, en los que sí que debemos de ser tratados como iguales. Pero hay otros en los que, simplemente, no.
Para aquellos que no lo sepáis, mi padre es bombero. Y aunque hay multitud de temas en los que discrepamos, el otro día surgió uno en el que estuvimos de acuerdo: es maravilloso que a una mujer se le permita entrenarse y examinarse para tener acceso al Cuerpo de Bomberos. Una mujer puede estar tan capacitada para ese puesto como un hombre, más incluso que algunos de ellos (yo, sin ir más lejos). Pero si le estamos concediendo la igualdad en ese aspecto, ¿por qué las pruebas físicas son menos estrictas para ellas? ¿Porque “son mujeres y no están biológicamente constituidas para resistir tanto como un hombre”? No, perdona, aquí la cosa funcionaría como dice mi madre y el sabio refranero español: o todos moros, o todos cristianos.
Si lo que quieres es igualdad, yo voy a concedértela, pero en todos los sentidos: voy a ser igual de exigente contigo que con cualquier otro, y me es indiferente lo que seas o cómo seas; eso no me vale como excusa, porque te estoy valorando como profesional, no como hombre, mujer, homosexual o ardilla de Narnia. Y si quieres tener los mismos beneficios con los que cuentan el resto de tus compañeros, tendrás que luchar por ellos tanto como los demás y demostrar que eres capaz de estar a su mismo nivel.

Y lo mismo pasa en la jerarquía social. Antiguamente existía la denominada sociedad estamental, es decir, aquella basada en la desigualdad de condiciones y en la clasificación de individuos en función a una serie de categorías o estamentos. Pues bien, en teoría ese concepto está muerto y enterrado, pero lo cierto es que, en algunos aspectos y en determinadas ocasiones, sigue siendo así. Y me atreveré a decir más: ha de ser así.
A mí me parece estupendo que yo lleve diez años yendo a la misma peluquería, y que como consecuencia haya cierta confianza y jovialidad en el trato entre tú, peluquera, y yo, cliente. Es perfectamente comprensible que a partir de tanto tiempo surja una amistad o relación que se traslade fuera de las paredes de tu local, sí, pero no te confundas: una vez que hayas terminado de cortarme el pelo, nos vamos a tomar unas cañas, nos reímos y somos los mejores amigos, pero mientras estamos en tu negocio, tú eres la peluquera y yo el cliente. Y te guste o no, en ese particular momento yo me encuentro en una posición superior a la tuya, porque soy la persona que está solicitando un servicio (y pagando por ello) y tú eres la que me lo está proporcionando. Trátame como tal. No considero que se trate de una cuestión de elitismo, sino de profesionalidad y de saber distinguir entre las relaciones laborales y las personales, o lo que es lo mismo: de saber cuándo nos toca ser iguales y cuándo no.
Dicho esto, y siendo consciente de que déspota puede que sea el adjetivo más cariñoso que me dediquéis después de esta entrada, dejo el tema en el aire. ¿Qué os parece a vosotros?

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