top of page

La basura que genera millones

Por Dave Santleman

Domingo, 21 de Octubre de 2012

Un mes y medio ha pasado ya desde que me mudase a mi nuevo piso, y algunas cosas han cambiado: mi habitación por fin tiene cuadros, espejos, lamparitas y cosas que, en definitiva, la hacen un poco más acogedora, hemos renovado el microondas y hasta comprado una funda para el sofá...pero seguimos sin televisión.
Y ni falta que nos hace, oiga. Es curioso, pero si hace unos años me hubiesen dicho que la televisión se iba a convertir en algo totalmente prescindible para mí, juro que no les hubiese creído. Aunque bueno, supongo que todo tiene su explicación, y es que llega un momento en el que, como diría una persona muy cercana a mí, “teniendo amigos como tú, ¿quién necesita enemigos?”.



Y es una verdad aplastante. La televisión ha dejado de ser esa amiga que siempre estaba ahí para hacernos compañía (aunque sólo fuese de fondo) e incluso enseñarnos algo de vez en cuando para convertirse en un elemento tóxico, que ensucia nuestras mentes e insulta nuestro intelecto de una forma algo más que descarada. Pero claro, todo esto viene provocado por algo que sí que no ha cambiado a lo largo de toda su historia: la televisión es un reflejo puro de la sociedad imperante, y si últimamente lo único que se estrena en parrilla es basura es porque el único público que tiene es basura. Así de claro. Lo cual explicaría muchas cosas, entre ellas:



1) Que exista gente como Belén Esteban. Televisivamente hablando, por supuesto. Gente que, a cambio de humillarse y ridiculizarse de forma reiterada ante millones de telespectadores (siendo o no consciente de ello), gana auténticas barbaridades de dinero. Es eso lo que vende, es eso lo que gusta. ¿La razón? Para mí es bien sencilla: España sufre un serio problema de autoestima. Tanto fuera como dentro de nuestro propio territorio, nos están recordando constantemente que no somos lo suficientemente buenos; que no logramos estar a la altura ni como país, ni como ciudadanos ni como profesionales, por lo que cuando llegamos a casa lo único que queremos es encender el televisor y desconectar de este panorama de miseria en el que estamos sumergidos. Y ni que decir tiene que es mucho más fácil hacerlo viendo a gente como Belén en pantalla; básicamente porque es relativamente sencillo para cualquiera sentirse superior a ella, intelectualmente hablando. Pero si nos ponen a un profesional del periodismo, de renombre, con años de experiencia y además guapo (esto último no es imprescindible, pero todos sabemos que la belleza siempre es un plus a tener en cuenta en pantalla), lo único que se va a conseguir es que nuestro sentimiento de inferioridad se vea incrementado.
Repito: es fácil reírse de que Belén se salte letras mientras pronuncia el abecedario, pero no tanto hacerlo de alguien que tenga datos erróneos de los índices de aumento del IRPF, porque mucha gente ni siquiera sabe lo que es eso. Y no es eso lo que queremos. Lo que queremos es ver a alguien que nos recuerde que no somos los mejores, pero que siempre habrá alguien peor y más mediocre que nosotros. Que tampoco estamos tan mal como la gente se empeña en asegurar. Y aquí es donde considero preciso un matiz: un conocido me dijo hace poco, aludiendo a uno de mis ataques en contra de un programa de televisión de los que se llevan ahora, “acepta que este tipo de programas son los que gustan a bastante gente, ya que nos hacen reír; que es lo que necesitamos, Dave”, a lo que yo respondí “si aceptarlo, lo acepto. Lo único que digo es que mientras que sigamos sentándonos en nuestros sofás para reírnos de estos individuos y, de paso, seguir hinchando sus cuentas bancarias, este país seguirá necesitando que le den razones para reír”.
Y creedme, mantengo firme mi opinión. Si dedicásemos más tiempo a intentar solucionar los problemas que tenemos y mejorar nuestra situación en lugar de autoconvencernos de que no estamos tan mal, probablemente nos iría mejor. Es más, ni siquiera hace falta que intentemos arreglarlo: con que no sigamos contribuyendo y alimentando esta gran bola de mierda, es suficiente. Si la gente dejase de preocuparse tanto por la vida de los famosos, es posible que hubiese dos programas del corazón en lugar de doce; y doce programas de cultura en lugar de dos.


Y aquí es donde entra el segundo punto que me enerva y que también considero preciso aclarar: lo cabreante de esta situación no es que exista gente como Belén Esteban; es que el hecho de que exista está implicando que otra gente con el doble de valía y preparación esté dejando de existir. No me importaría que este tipo de personajes tuviesen todas las horas que quisiesen en televisión siempre y cuando en ésta hubiese cabida para todo el mundo. Pero no es así. Lo cierto es que están ganando millones en detrimento de que programas y profesionales como la copa de un pino se encuentren aumentando las cifras del desempleo español o uniéndose a esta bazofia para poder seguir viviendo. Y supongo que estaréis de acuerdo conmigo en que no es justo, ¿verdad? No es justo que alguien que ha estudiado dos carreras no tenga ni para pagar el recibo de la luz y que alguien que ni siquiera ha terminado la secundaria esté sujetando un San Francisco sobre una colchoneta en una de sus tres piscinas.



2) Que las nuevas generaciones estén cayendo en picado. Nos quejamos de que se están perdiendo los valores que realmente importan, de que la juventud cada vez está menos preparada y más perdida y de que ésta está creciendo en un entorno de indiferencia y desconcierto. Y yo me pregunto, ¿quiénes son los responsables de ello? Nosotros, señores, ¡nosotros! Es culpa de los directivos de cadenas televisivas por imponer modelos de conducta a seguir tales como Rafa Mora o cualquiera de los elementos que poblan el plató del cáncer social al que denominan “Hombres, mujeres y viceversa”, es cierto, ¡pero es culpa nuestra por adoptarlos!
Es algo tan sencillo como volver a lo anterior: si nadie viese estas cosas (o al menos no un número de personas lo suficientemente grande), terminarían retirándolo de la parrilla, tal y como hacen con los programas de buen contenido con los que disfrutamos una minoría. Si reclamásemos calidad y lo hiciéramos de verdad, dejaríamos de vernos rodeados de tanta inmundicia.

Así que ya sabes, la próxima vez que pongas uno de estos programas y dediques tu tiempo a reírte de una de estas personas, recuerda que, a largo plazo, sería más aconsejable que combatieses tu propia mediocridad en lugar de burlarte de la de otros.
Qué a gusto me he quedado, madre. Ale, ¡que tengáis un buen Domingo!

bottom of page