Manipuladores manipulados
Por Dave Santleman
Lunes, 30 de Julio de 2012
Soy un mentiroso. Cuando me levanto por las mañanas, y mientras me estoy arreglando, suelo dedicar un par de minutos a mirarme en el espejo. Y éste me devuelve no sólo mi inevitablemente horrible aspecto matutino, sino también lo que hay detrás de él: Dave, el maniático del orden y la limpieza; Dave, el biológicamente incapaz de ser puntual; o Dave, el ambicioso sediento de protagonismo y liderazgo. Algunos de esos rasgos me gustan, otros no. Pero, sea como fuere, constituyen quien soy como persona. ¿O no?
Lo cierto es que el concepto que tengamos de nosotros mismos no tiene por qué coincidir necesariamente con quiénes somos en realidad. Personalmente, me gusta considerar que tengo algunos rasgos propios de un lÃder: se me da bien expresarme, y eso es una útil herramienta de cuyo poder siempre me he sabido poseedor y que, evidentemente, no he dudado en usar para manipular o influenciar a personas cuando ha sido estrictamente necesario. Siempre he sido yo el manipulador, no el manipulado. Y precisamente ahà es donde está la gran mentira: cada mañana me miro ante el espejo, recordándome quién soy y qué es lo que me hace ser asÃ. Y cada mañana me miento, pues por muchas aptitudes de lÃder que tengas, todos somos influenciables casi al mismo nivel. Por poco creÃble que parezca.
Sin importar en qué etapa o momento de nuestra vida nos encontremos, siempre escogemos algo o a alguien cuyas caracterÃsticas o forma de ser nos resulten atractivas, y lo colocamos al final de una lÃnea de meta que, una vez alcanzada, implicará la adopción de algunos de esos rasgos y, además, el acceso a las puertas de la próxima etapa, en la que el proceso volverá a repetirse sin remedio alguno. En mi caso, por ejemplo, crecà observando a una madre que distraÃa sus miedos e inseguridades con horas de limpieza, cocina y mantenimiento de un hogar que contaba con la perfección que a sus inquilinos les faltaba y a un padre que, frustrado por haber tenido que reducir sus expectativas académicas y profesionales, saciaba su sed de poder y autoridad liderando con diligencia su hogar y a su familia. Siendo asÃ, y teniendo en cuenta que de pequeño esos individuos a imitar suelen ser los padres, se explica el por qué de algunos aspectos de mi personalidad. No han condicionado por completo mi forma de ser, pero sà parcialmente. No obstante, los años pasan, creces y te vas formando como persona, hasta llegar a un punto de tu vida en el que ya te consideras lo suficientemente maduro y con una personalidad bien estructurada y completa como para sentirte influenciado por otras cosas o personas. Y aquà es donde, nuevamente, nos encontramos con la gran mentira.
SÃ, es cierto, las pelÃculas Disney o nuestros padres ya no tienen poder sobre nuestra actitud, pero sà lo hacen otras cosas, como por ejemplo los programas de televisión. Ése momento en el que llegas a casa de trabajar y, exhausto, te quitas los zapatos, sueltas el maletÃn o lo que sea con lo que llevas cargando todo el dÃa y, simplemente, te dejas caer en el sofá y enciendes la televisión, ¡ése! Ése es uno de los momentos en los que, casi sin darse cuenta, esa persona ya adulta y formada deja en la entrada junto con sus zapatos sus dotes de lÃder y se convierte en una cobaya más; regresa al pasado y vuelve a ser un niño que, inocentemente, hace y cree sin cuestionar cualquier cosa que diga el presentador o presentadora. Si, por ejemplo, coincide con alguna información desacreditadora sobre algún personaje público, lo crucificamos sin pensarlo. O puede que seamos menos radicales y esa noticia no nos importe tanto como para eso, pero siempre influirá sobre la concepción que tengamos de ese personaje, que no volverá a ser la misma desde entonces. Ni siquiera necesitamos comprobar por nosotros mismos si los datos son verdaderos porque, total, es el presentador quien está dando la información, que es un profesional serio, de confianza y que seguro que se habrá encargado de contrastar sus fuentes por nosotros antes de darla, ¿no? Asà que, ¿quién y por qué iba a dudar de él?
En fin, supongo que lo que pretendo con este artÃculo no es más que servirme de un ejemplo particular para explicar que, seamos o no conscientes de ello, ninguno de nosotros podemos mantenernos al margen de esas pequeñas mentiras que nos contamos dÃa a dÃa para tener un mejor concepto de nosotros mismos. Y tú, ¿por qué eres un mentiroso?