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Cadáveres que nunca estuvieron vivos

Por Dave Santleman

Miércoles, 1 de Agosto de 2012

 

Me encanta limpiar, y por varias razones. La primera de ellas es, sin lugar a dudas, la increíble sensación de satisfacción que se te queda en el cuerpo una vez que, agotado, observas cómo tu trabajo ha servido para dejar la casa impoluta (incluso cuando sabes que no durará demasiado. Pero bueno, es mejor no pensar en eso, o esa sensación de satisfacción durará bastante menos); y la segunda es el descubrimiento de tesoros. Porque a ver, reconozcámoslo, ¿a quién no le gusta estar haciendo limpieza en el armario y encontrarse una caja que guarda los apuntes, las cartas de San Valentín o las notitas que nos enviábamos entre clases cuando éramos pequeños? Son cosas que guardamos con cariño porque, para nosotros, suponen pequeñas reliquias que hemos ido coleccionando con el tiempo. No obstante, con frecuencia solemos olvidarnos de que siguen ahí, y es gracias a la limpieza que reaparecen de entre el polvo y la oscuridad para sacarnos una sonrisa.



Pues bien, estaba hoy buscando unas gafas de Sol que llevan desaparecidas varios días (justo el tiempo que hace que mi madre hizo limpieza a fondo por última vez, curiosamente) y, de repente, me he encontrado con un pequeño baúl negro. Al abrirlo, he descubierto que estaba repleto de cosas sobre Marilyn Monroe: fotografías, pins, CD's de películas, recortes de periódicos y unos cuantos libros. Y es que, años atrás, tuve una época de obsesión con Marilyn. En realidad, yo soy muy de obsesionarme, ¿sabéis? Soy de esas personas a las que, cuando les da por algo, lo explotan y revientan hasta que terminan cogiéndoles tirria.
Con ella nunca llegué a ese extremo, pero sí que es cierto que hubo una etapa en la que cosas relacionadas con ella ocupaban bastante más tiempo de mi vida del que lo hacen ahora. Y precisamente por eso me ha hecho gracia descubrir el baúl, porque me ha traído a la mente tardes de maratón de comedias de los años cincuenta y, sobre todo, un capítulo en concreto de un libro cuyo contenido me marcó bastante: Autobiografía de Marilyn Monroe, escrito por Rafael Reig. El libro, que recomiendo encarecidamente seáis o no fans de la actriz, gira en torno a las reflexiones, comentarios y palabras de Marilyn en unas ficticias sesiones de terapia con su psicólogo.
En el capítulo en cuestión, Marilyn habla de como todos, conscientes o no de ello, somos unos asesinos. Puede que nunca hayamos llegado a matar a una persona realmente, pero sí que hemos matado a decenas de personas que podrían haber sido y no fueron. Y aquí es donde me explico:



Llega un momento en la vida en el que las decisiones que marcan nuestro destino dejan de ser tomadas por aquellos que, hasta entonces, han sido responsables de nosotros. Es decir, llega un momento en el que crecemos y tenemos que empezar a aprender a escoger por nosotros mismos. Pues bien, cada vez que tomamos una decisión importante, estamos dejando un cadáver detrás de nosotros. Yo, por ejemplo, siempre fui un buen estudiante: se me daban estupendamente las letras, y mis habilidades en el campo de la ciencia eran proporcionales a mi odio hacia él. Tuve que crecer oyendo que podría hacer lo que quisiera en esta vida, que debía de aspirar alto y convertirme en médico, en notario o quizás arquitecto. Así, puede que sea ésa la razón por la que todo el mundo se sorprendió cuando me decanté por la rama artística y, concretamente, el ámbito de la moda; un sector en el que tienes un setenta por ciento de probabilidades de terminar debajo de un puente o, si tienes suerte, malviviendo en un estudio de treinta y cinco metros cuadrados. Es entonces cuando surge la eterna pregunta: ¿qué hubiese pasado si...? ¿Qué ha sido de Don Dave Santleman, el ilustrado notario? Sencillo: yo lo maté, sin siquiera hacerlo. No le dí la oportunidad de vivir.
Al final del capítulo, Marilyn reflexiona y llega a la conclusión de que, aunque nunca lo hagamos en vida, llegará un momento en el que tendremos que enfrentarnos a un juicio. Y no estoy hablando de un juicio en el que el juez sea Dios ni nada por el estilo, qué barbaridad. Estoy hablando de una sala en la que seremos totalmente polifacéticos: nosotros mismos desempeñaremos el papel de juez y juzgado. Puede que tengamos que enfrentarnos ante todos esos “yo” a los que les prohibimos la vida, y puede que tengamos que soportar cómo cuestionan la forma en la que hemos vivido la nuestra. Y no sé a vosotros, pero a mí el sólo hecho de pensar en ello me causa pavor.

Sin embargo, y si adoptamos la situación con optimismo, puede que lo más conveniente sea matar, vivir y equivocarse para que, al menos, esos terroríficos jueces tengan hechos irrefutables con los que acusarnos, ¿no os parece?
Y vosotros, ¿a cuántas personas habéis matado? ¿Cuál es la que más temor os causa?



P.D: Aquí tenéis la página web del libro en cuestión, por si os interesa. http://www.lenguadetrapo.com/00095-NB-ficha.html

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