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La valentía de ser un cobarde

Por Dave Santleman

Miércoles, 10 de Octubre de 2012

Octubre, uno de mis meses preferidos, ha llegado. Un mes en el que comienza a notarse la transición del odioso calor veraniego (aunque este año parece estar costando, ¿eh?) a las acogedoras tardes de pelis y manta en el sofá de casa; un mes en el que, tras un largo período de inactividad e incluso aburrimiento, se retoman las clases y una rutina que ya al final de las vacaciones, admitámoslo, casi todos empezamos a echar de menos; un mes en el que, hace diecinueve años, vine al mundo.
Así, siendo Octubre una treintena tan especial para mí, qué menos que utilizarla para regresar al blog e inundarlo con reflexiones y pensamientos, ¿no os parece? Y qué mejor que empezar hablando de ese adjetivo con el que todos (o al menos una gran mayoría) tenemos miedo a ser calificados: cobarde.



Efectivamente, hoy voy a hablaros de la cobardía y de lo mal asociada que está en lo que a metas y objetivos se refiere, al menos en mi opinión. Porque lo cierto es que, con mayor o menor ambición, todos intentamos marcarnos metas. Qué sería de la vida sin ellas, ¿no es cierto?
Así, unos lo llevan al extremo y otros son más conformistas, pero a todos nos gusta proponernos retos que desafíen nuestra personalidad, que pongan en juego nuestra paciencia y que agudicen nuestra valía. Y, además, nos gusta bastante pensar (o al menos intentarlo) que somos capaces de conseguirlos, que no hay nada que se interponga en nuestro camino al éxito excepto nosotros mismos. Sí, muy bonito. Sí, realmente alentador. Y sí, en muchos casos incluso puede llegar a ser cierto, pero, ¿qué pasa con aquellos en los que no? ¿Qué pasa con esos objetivos que parecían sencillos cuando decidimos ir a por ellos pero que, con el paso del tiempo, se estancan en nuestra lista y parecen escapársenos más y más de las manos? ¿De verdad merece la pena seguir detrás de ellos, sin importar el número de fracasos e intentos fallidos que tengan adjudicados en nuestro historial? Puede que estéis de acuerdo o no conmigo, pero un servidor considera que, si bien tener aspiraciones forma parte e incluso le da sentido a la vida, el conocer tus propias limitaciones y ser lo suficientemente coherente contigo mismo como para admitir cuándo vales para algo y cuándo no, también.

Y por favor, no me malinterpretéis. Por supuesto que estoy a favor del optimismo, y ni que decir tiene que defiendo la paciencia y perseverancia como herramientas para conseguir las cosas, pero de ahí a creer que todos somos capaces de todo hay un paso bien grande. Las personas somos diferentes, nacemos con virtudes y defectos que nos diferencian de los demás y, por lo tanto, es muy probable que yo sea capaz de hacer algo que tú no lograrás en la vida; y viceversa. Y empeñarse en lo contrario no es ser optimista ni tenaz, es ser gilipollas y perder tu tiempo en algo que no te va a aportar nada en lugar de rentabilizarlo de una forma más inteligente. Punto.
No obstante, desde ya os advierto que siempre os encontraréis con el típico individuo que intentará rebatiros esta teoría, apoyándose en argumentos insostenibles y ridículas sentencias de aliento, tales como “el que la sigue, la consigue”, “la paciencia es la madre de todas las ciencias” o mis dos favoritas “sólo fracasas cuando dejas de intentarlo” y “rendirse es de cobardes”.



A todos estos pobres ilusos, tengo algo que decirles: ¡pero qué equivocados estáis, almas de cántaro! De la forma en la que yo lo veo, rendirse no es de cobardes, sino todo lo contrario: hay que armarse de valor y ser una persona realmente valiente para reconocer que no se es capaz de algo. Rendirse es uno de los actos más valientes que existen, porque estás siendo coherente contigo mismo. Estás en un punto de madurez en el que eres capaz de admitir que no eres perfecto y que hay cosas que se escapan de tu poder y alcance. Y creedme, no todo el mundo es lo suficientemente fuerte como para hacer algo así. Es más fácil vivir en la mentira y adornar nuestro concepto de nosotros mismos. Sólo alguien que lleve años e incluso décadas intentando conseguir algo y que por fin se de cuenta de que es más astuto darlo por imposible y comenzar a perseguir algo que esté un poquito más cerca de su alcance es digno de ser calificado como intrépido.

Pero, nuevamente, repito: no me malinterpretéis. No estoy afirmando que lo inteligente es rendirse cada vez que no conseguimos algo a la primera (ni a la segunda, ni a la tercera, ni a la cuarta...), lo que intento reflejar en este artículo es que forma parte de la vida y del crecimiento personal el aprender a mirarse en el espejo y vernos tal cual somos. Sin exagerar nuestras aptitudes, pero tampoco menospreciándolas. El truco está, como todo en esta vida, en mantener un equilibrio e intentar ser objetivos y coherentes. Dentro de la medida de lo posible, claro está.
Ale, a seguir bien.

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